Autoestima, identidad, maduración de la personalidad
Tal como la persona se relaciona con el mundo externo lo hace consigo misma, y así construye su autoimagen y autoestima.
El concepto de autoimagen encuentra su fuente en el texto bíblico que recuerda que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, y es allí donde radican su valor y dignidad.
La autoimagen se desarrolla en base a los sentimientos positivos o negativos que el ser humano va experimentando en su relación con el otro.
Desde el comienzo de la vida se experimentan afectos positivos y negativos que se archivan en la memoria.
En la primera edad naturalmente es básica la relación con la madre como fuente de experiencias emocionales, pero también el niño registra la respuesta del padre y de quienes le rodean y son eco de sus expresiones afectivas. Un recién nacido empieza a sonreír socialmente como a los dos meses. Y será muy distinto si los padres, los abuelos, la gente cercana, le responden de la misma manera o si no recibe esos estímulos.
La vida escolar también ofrece abundantes experiencias con contenido emocional que participan en la formación de la autoimagen.
Con la maduración se integran todas estas experiencias positivas y negativas, y el joven tiene la posibilidad de consolidar una imagen equilibrada de sí mismo y de los demás, haciéndose cargo de sus potencialidades y de sus limitaciones. Esta imagen integrada es lo que constituye la identidad, el núcleo más íntimo y específico de la personalidad.
La autoimagen es un concepto dinámico; a lo largo de toda la vida nuevas experiencias la deterioran o reparan. Vamos construyendo en nuestro interior una verdadera radiografía psicológica que evalúa cada aspecto de nuestro físico, de nuestras capacidades y características.
Esta imagen interior no necesariamente coincide con la visión más objetiva, de acuerdo a cómo los otros nos ven.
Una mujer puede sentirse gorda, pese a que los demás la encuentren atractiva. Un hombre puede juzgar su personalidad como poco agradable, aunque su círculo opine que es simpático.
Sin embargo, el comportamiento personal responde a nuestra propia percepción, más que al juicio objetivo de los demás.
Algunas de las enfermedades psicológicas más frecuentes de nuestra época corresponden a alteraciones de la autoimagen. En la anorexia, por ejemplo, la muchacha frente al espejo se ve con sobrepeso a pesar de que está en los huesos.
Por ello continúa restringiendo su dieta y tomando anorexígenos.
El consumo y el deterioro de la Autoimagen.
Al acumular experiencias emocionales negativas, el consumidor de droga va deteriorando su autoimagen. Cuando los familiares de pacientes que sufren de dependencia química se acercan por primera vez al tratamiento, suelen expresar el siguiente relato:
“Esta persona, doctor, tiene un problema con el alcohol o con las drogas, pero yo le diría que más grave que eso es que no se quiere; presenta una pésima autoestima, no se tiene ninguna seguridad o confianza. No se atreve a someterse a exigencias, ante cualquier opción entra como derrotado o se arranca…”
La pérdida de autoestima se traduce en que el ser humano carece de seguridad, rehúye nuevos desafíos, no se cuida y, en estados avanzados, puede incluso despreocuparse de su presentación y aseo personal.
Si la persona comienza a consumir de niño o muy joven, no alcanza a formar su identidad: no sabe qué desea de la vida, su motivación es escasa, vive confundido, le cuesta comprometerse en relaciones íntimas, o con el estudio y el trabajo.
Uno de los efectos más destructivos de la droga es la inhibición en el desarrollo de la personalidad. La maduración de la personalidad es un proceso en el que el joven necesita vivir experiencias en lucidez para formar su identidad y personalidad, adquirir confianza y seguridad en sí mismo.
Acercarse al otro sexo e iniciar sus primeros pololeos y superar dificultades académicas son algunas de las instancias a través de las cuales madura.
Si estas situaciones difíciles para todos, el adolescente las lleva a cabo bajo el efecto de alcohol o drogas, no adquiere confianza en sí mismo, sino en las sustancias químicas que él cree que le ayudaron.
Además, la maduración requiere de modelos adecuados, personas a las que imitar, como sus padres, hermanos mayores, profesores, amigos sanos y exitosos. De ellos aprende la relación interpersonal y los valores éticos que ordenarán su vida.
Pero el consumidor tiene como modelos a sus compañeros de consumo, que están tan complicados y limitados como él mismo.
El estar atentos al comportamiento de nuestros hijos y seres queridos puede determinar una gran diferencia si hay algún indicio de un abuso en el consumo de alcohol u otras sustancias.
Una forma de ayudarnos a resolver esta en el siguiente artículo:
Como saber si un ser querido tiene una adicción y que hacer.
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